Si muero sin hacer cine, no muero, porque no habré vivido.

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No soy una pieza fácil de encajar. No creo que haya un lugar concreto para mí en este mundo, porque la realidad se parece tan poco al mundo del cine... En el cine todo se vive con intensidad. Sin embargo, aquí, yo existo sin existir de verdad, intentando refugiarme en la literatura y en las películas, tratando de vivir todas aquellas experiencias que la realidad no me deja alcanzar.

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Las películas me ayudan a entender el entorno que me rodea, y me trasladan a situaciones y lugares extraordinarios, me sacan de mi zona de comfort y me ponen retos que parecen imposibles de superar. Me siento continuamente inspirada por grandes cineastas que impulsan mi imaginación y me hacen sentir válida. Veo constantemente mis emociones reflejadas en la pantalla del cine, porque para mí todas las imágenes que aparecen proyectadas contienen más verdad que cualquier otra cosa.

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Percibo el mundo a través de fotogramas ensamblados según mi propio criterio. Entiendo a las personas a través de los personajes ficticios que viven dentro de mí y entiendo el mundo a través de las historias que reflejo en un guion. No soporto la vida sin un buen plot twist que supere todas mis expectativas, y me gusta pensar que el cine es el medio infinito donde nunca podré dejar de expresarme con libertad.

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Y es que, si hay algo que me ha aportado el cine de verdad, es la capacidad de viajar a otros mundos y poder evadirme de todo lo indeseable. Mi mayor deseo es que mis películas sean para el espectador una puerta de entrada a todo mi mundo interior, y que sirvan como vía de escape de esta críptica realidad que nos rodea. Al final del día, todos percibimos nuestro entorno de forma diferente, y yo solo soy una persona que se muere por contar su versión de la vida al mundo, porque hay una narradora dentro de mí que quiere darse a conocer, y lo único que me hace sentir realmente viva es hacer cine.